Microcosmos distractores, galletitas en el suelo y otros desafíos de una colérica idealista.

Sabía que soltando un susurro apelaría al razonamiento, pero así me gustaba. Había un algo que empujaba a que las viejas arañas tejieran esa puntilla de mentiras y desencuentros. Qué estupidez. Su flequillo y su acorde. Me fue llevando por esa frecuencia bailable, goleando con risas mis chistes, en el medio del germen de una revolución de una dulzura seca. Pero terminé en una silla muerta que amortiguó el error y no le voy a ver las manos nunca más.
En eso pensaba hoy, cuando abría un paquete "Variedad Terrabusi Chocolate" y por culpa de la abstracción o de una actividad sináptica industrial en mi cabeza, alimenté el suelo con mini-Pepitos y Melbas.

Sinceramente, consternada de mi primitivismo me sentí un poco mal, no sólo por el hecho de no poder controlar mis falanges, mis dedos, la parte distal de mis manos, mi motricidad fina para abrir ese paquete, sino porque todavía podía escuchar su música que continúa inventando coreografías y contraórdenes corrosivas de -entrecasa-




Por los siglos de los siglos.