Eterno y tonto fulgor de la última mañana que pensé en él. Tortura; Limón y Chocolate.

 El día que el cartero recibió las cartas se descifró la historia secreta de aquel limonero. Aquellas cartas por las que sudó, se agachó, sufrió, lloró, caminó leguas y leguas para conseguir la tranquilidad que ahora querían arrebatarle, lo impregnaban de enigma y desconfianza. Él llego a su casa. Dejó el bolso y la gorra en el sillón y se sentó a la mesa a leerlas, para que el misterio que ungía sus ojos fuera insustancial por procurar enterarse indiscretamente de cosas ajenas.

Ese mismo día amanecí desnuda en un ritual incomparable. En mis páginas se amalgamaban mil bailes cotidianos y consideré a la dignidad como el mejor digestivo. Estaba en una situación obvia y superficial. Donde al lado de esa puerta blanca revolví el aire y resonaron acordes fuertes de una música shampoo que revivió mis quejas y mojó mi vacío. La farándula que me rodeaba se dilató y se sintió caer esa leve raya trazada por la fatalidad como en una grieta cuya hondura alcanzaba el centro de la tierra.
Siempre fui corresponsal de unos labios recortados con suspenso, de la escarcha de mi piel en las paredes  y del enjambre de bostezos inconclusos. Sentí el peso de un ladrillo en mi cabeza y un estornudo pertinaz apagó la música. De repente vi interminables ojos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó. Pero una refracción hipotecada besó mis pupilas, con un látigo delgado, que azotó el espacio que ocupaba él en mi mente y con breves palabras que sintetizan y, sin ninguna razón, me deleité con la definición perfecta.

Con un estilo incauto y conciso él se apareció por mi espalda. El instinto le permitía ser vivido; la necedad, atroz para su personalidad que es todo brillo y arista. Sentí todos los tendones de mi alma ensortijarse oprimiendo la nostalgia que tenía de su arribo y me costó salir de esa atmósfera de suspensión que nos alienaba, como si el gentío y todo lo que estaba a nuestro alrededor estuviese esperando que algo ocurriese.

Conciente del brote de caos que me producía su cercanía, mi mente medieval se impulsó al renacimiento y me remití a recordar la gracia de la pasión, llevándome a suburbios urbanos ejecutando lenguajes fotográficos y preguntas irreverentes.

Y vi que me miró, aunque todavía es joven, muchos años de práctica lo han perfeccionado en el sutilísimo arte de la ausencia y me acerqué a él con un movimiento fracturado con el fin de enjuagar para que se oxide esta relación metalúrgica. Pero se me redujeron a cenizas los huesos y quedé como una merluza al frente de él que se creía un astuto y experimentado gremialista juvenil.
Me acuerdo cuando ilusionada susurraba su nombre, que no era un nombre más, olía a jardín luxemburgués. Y también me acuerdo esa vez cuando besé la luna en sus ojos.

No entiendo todavía como su cinismo se entretejió en mis sentimientos. Ni como se hicieron jalea las colillas de mi espera. Mis manos gambetearon un papel hipócrita cuando él se me apareció por la espalda aquella mañana.
Y, él estaba a mi espalda.
Mi idiotez hizo metástasis, me di vuelta y no le vi los ojos,  vi su mirada, su esencia, su aura nutrida de ideas y su confusión infantil.

Él vivió a mi alrededor durante dos años y no tengo ningún recuerdo sobre el color de sus ojos, porque yo juraba que podía pasar años -muriendo en la costumbre- mirando su mirada y me encantaba ese sentimiento estético.

Alumna de ese capricho, de esa conversación asimétrica aprecié que todo podía seguir así. Y que aclimatada en sus tópicos ahora me doy cuenta que él está lejos, yéndose por una vía muerta. Donde seguro él va a seguir temblando como un niño abandonado en sus crisis políticas. Ese capricho me atrapó en una dinámica que me llevó a un enfrentamiento de proporciones inéditas.
Las ideas, los continentes y las miradas se me escapan sin querer, porque no encuentro como encontraba la belleza convulsiva, que me acalambraba como mil sustos, de sus ojos respirándome.

Esa fue la ultima mañana que pensé en él, el día que el cartero recibió las cartas y se descifró la historia secreta de aquel limonero.