El maravilloso chiste sobre el crimen de roberto.


Aire mediocre, música inbailable y gente que habla desaforadamente.
Ella se para sola en el marco de la puerta. Se rumoreaba que sus pestañas eran falsas. Algo que había tomado la imprimía, no controlaba sus muecas. La higiene de no esperar por él la convencía minuto a minuto que se tenía que ir inmediatamente.
Y dos chicas con suecos la miraban mordiéndole la sangre. Suena su celular y percibo: -¿Qué hora que dijiste que es? (yo creo que a veces este tipo de palabras deberían ser calladas) no debería estar bebiendo hasta las cinco oh, creo que no debería decírtelo, lo sé. Pero no puedo dejar de ver que tu belleza va siendo lentamente consumida por la esencia de otra mujer. Ayer me quedé dormida cuando no llegaste. Y pienso, tal vez en otra ocasión vinieras a otra fiesta conmigo, porque yo no soy otro plato dejado a medias, ni una estrella solitaria, ni una caminata volviendo a casa en una lluvia intensa.

Ya no te creo la magia, la vida es tan automática... Colgó como pisando un suelo ardiente y caminó hacia una mesa llena de licores y vasos. La confusión de la llamada le impedía saber de qué estaba desvariando, hasta que divisó detrás de un velador a Roberto.

Con exactitud, a esa hora ella no deslindaba el bien del mal pero cuando lo vió detrás de ese velador sintió un millón de alacranes que la picaban en la nuca, una risa falsa y un extraño calor que modulaba con total sutileza. La luz amarilla del velador consentía con pequeños destellos los frágiles ojos de Roberto que contemplaban la reunión y la estampa del sillón.
Yo creo que vi todo.
El vértigo y sus ojos acariciándose.


"Invéntate el final de cada historia, que el amor es eterno mientras dura."